martes, 30 de abril de 2013

Sucede que a veces nos aferramos a una idea en particular, a una meta o a un sueño, y al aferrarnos a éste nos asimos también a un ciclo en especifico, una serie de pasos que en nuestra imaginación se realizaran al pie de la letra para conseguirlo.

El problema es que todo está precisamente en nuestra mente, no va más allá de mucha imaginación o tal vez mucha fe. Pero una vez que intentamos trasladarlo a la realidad, descubrimos que no es tan sencillo como lo imaginábamos.

Y nos empecinamos en tratar de hacerlo tal y como lo habíamos planeado, pero solo perdemos tiempo. Le damos mil vueltas a lo mismo para llegar a nada.

Un buen día cuando estamos a punto de tirar la toalla, como por arte de magia, basta con un instante de calma, un segundo tal vez, pero ese segundo de paz interior nos permite darnos cuenta que no es necesario, que no pasa nada si viramos un poco el camino, de forma positiva, claro está.

Ese pequeño cambio nos permite avanzar, salir de ese bache en el que nos habíamos instalado desde hace tiempo; es curioso como una vez que superamos esta traba, todo lo demás se supera vertiginosamente. Cuando menos te das cuenta estas a un paso de lograr tu objetivo.

En resumen, a veces nos complicamos tratando de que las cosas salgan perfectas, o al menos que resulten de la manera en la que imaginábamos, pero a veces, eso solo complica y retrasa la llegada a la meta. A veces es tan fácil que nos resulta creerlo y lo hacemos difícil para sentirlo real.