miércoles, 3 de junio de 2015

Me atraen muchas mujeres, pero me gustan pocas.

Somos más que hormonas, somos sonrisas, caricias, lágrimas, miradas, desesperación, alegría, pasión, miedo, amor, ideas, torpeza, fobias y una larga lista de etcéteras.

No creo que alguien pueda gustarme de verdad sólo cuando me atrae su escultural cuerpesito.

Y qué pasa después, no voy a fingir, el interés entra por los ojos y la nariz, por aquello del olor a hormona, pero la verdad es que no puedo asegurar que alguien me gusta sin antes escucharle, sentirle, descubrirle un poco.

Es cierto que nunca terminas de conocer a los demás, ni siquiera a ti mismo, pero para mi es cierto también que todos llevamos una carta de presentación cargada en las palabras, en los gustos o las sonrisas.

He tenido el gusto de sentirme atraída por mujeres demasiado guapas y tontas. Si ha sido un placer darme cuenta que es sólo eso, atracción, que sé que busco algo más que un cuerpo.

Pero nada se compara con el magnífico placer de conocer a esas mujeres que de verdad me gustan, sí, a veces puede ser un tanto doloroso cuando las cosas no funcionan como esperaba, pero es genial saber que me gustan porque son un todo, porque puede que me haya fijado primero en su cuerpo, su cabello, su sonrisa, sus ojos, su estilo, lo que sea; pero cuando conozco su forma de pensar, de sentir, de enfrentarse a la vida, es entonces que me siento tan bien de saber que tipo de mujer quiero en mi vida. 

Y no, no importa que no este en mi vida como una pareja. Somos más que hormonas y aunque pueda costarme trabajo el acostumbrarme a verla como amiga, definitivamente vale la pena. Ellas valen la pena.