lunes, 19 de agosto de 2013

LA HERMOSA DESNUDEZ

¿Alguna vez has saboreado tu desnudez?


No hablo sólo de sentirte orgullosa de ella, sino de saborearla, que de verdad te provoque una sensación satisfactoria en todos tus sentidos.

La adultez nos limita, nos aleja de estos placeres, nos dejamos engañar y ya desde la infancia comenzamos a grabarnos bien clarito en la cabeza que nuestra desnudez es sinónimo de vergüenza. ¡GRAVE ERROR!

¿Por qué olvidar que la desnudez y su absoluta libertad fue el primer sabor que conocimos? 

La desnudez fue la primera caricia que sentimos en toda nuestra vida, la bienvenida a la misma.

Hasta para hacer el amor nos arropamos con la oscuridad, nos da miedo sentirnos, nos da miedo sabernos descubiertos.

A veces confundimos el orgullo que nuestra pareja o alguien ajeno siente hacia nuestro cuerpo con orgullo propio. Sentirnos admirados nos hace sentir bien, pero no por ello nos sentimos bien con nosotros mismos, con nuestro cuerpo; es el ego el que celebra su desnudez.

Cuántas veces no hemos escuchado la cantaleta de “es que tengo estos gorditos” o “es que mis tetas están colgadas” o “es que tengo granitos en las piernas” y así innumerables frases de vergüenza hacia nuestros cuerpos. Todos las hemos pronunciado alguna vez.

Debemos aprender no sólo a aceptarnos, si no a disfrutarnos, a saborear lo que somos. Deberíamos poder  llegar frente a esa persona especial, por ejemplo, y decirle “este es mi cuerpo, te lo entrego, disfrútalo y cuídalo como yo lo hago, siéntete orgulloso de poder tocarlo”.

Más allá de terceras personas, deberíamos poder pararnos frente al espejo y sentirnos orgullosos de lo que vemos, dejar que el placer de ese cuerpo nos entre por los ojos y nos llegue hasta el pecho; dejar que ese placer nos llene de satisfacción, la satisfacción de sabernos únicos y por lo tanto hermosos.



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